El país entero saltó a la calle a celebrarlo. Desconocidos se abrazaban y cantaban durante toda una noche que se alargó un día entero hasta la vuelta de los futbolistas. Bien es cierto que los cafres (los menos pero más molestos) se acababan por hacer con las calles, eso también es cierto, y el caos parece inevitable mientras sigan existiendo inhumanos que solo piensan en montar líos cuanto mayores mejor, que no respetan al que celebra a su lado ni al de en frente.
Ahora todo vuelve a la normalidad, durante unos días se olvidó un poco la crisis, el paro y las enfermedades dolían un poco menos. Todos eramos 11, 23 para ser exactos (y otro buen número de personas, como cuerpo técnico, etc.) y solo podíamos pensar en el partido, dónde lo íbamos a ver y dónde lo íbamos a celebrar. El hecho es que la realidad, que nunca se fue, ha vuelto al primer plano, y con ella se empiezan a oír las voces críticas, los anti-fútbol, los que no ven bien que millones de personas celebren algo de tan poca importancia como es que una pelota cruce una línea.
Y no es el momento. No es el momento de criticar la realidad del deporte, manejado por pocos (como el resto de la vida) y que simplemente es un negocio del que solo somos clientes, paganos. No animamos nada más que a una empresa a que llegue más lejos y gane más dinero del que invierta. Y eso es cierto. Pero el fútbol es algo más.
De repente, ha sido el nexo entre ricos y pobres, el necesario opio (en el buen sentido) que ilusiona a las personas. El país, siempre tan dividido, ha sido uno por fin, quizá para celebrar algo nimio, sin ningún fondo, pero ese fondo se ha creado solo. Las cosas positivas que proporciona este deporte y en especial este Mundial, son más que las negativas, no solo para los que más tienen, sino para los pequeños comerciantes e incluso para la creación de empleos, ya que la repercusión que tienen hechos como este hace que se invierta más aquí.
Todos como borregos mirando un televisor, venerando a héroes sobre-asalariados que para nada merecen el dinero que ganan, que también son marionetas del negocio, que pasan de mano en mano como si de productos se tratara. Pero cuando se juntan con su selección, con su país, parecen liberados de esos nudos, juegan para la mayor afición posible, madridistas y culés, béticos y sevillistas, todos juntos abrazados oyendo un himno y viendo jugar a los suyos.
Yo no soy precisamente el tío más patriota que existe, las fronteras crean conflictos, las banderas también, las guerras surgen porque existen países para librarlas. Cuando escucho al roquero Poncho K decir; "Voy a quemar la bandera, pasada del tiempo" pienso en que tiene razón.
Pero hoy hay una gran bandera roja y amarilla colgada en mi habitación y no me avergüenza. Esa bandera no significa nada sobre mis creencias o mis ideas, significa lo que ha significado durante más de un mes, que aquí somos todos uno, que nos debe unir más de lo que nos separa y que el fútbol de selecciones es una de las cosas que mejor lo consigue.
Ahora vuelven los clubes, las peleas y los radicales. Esto ya me gusta menos y es realmente reprochable. Espero que el espíritu de la selección perdure, seamos un equipo
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