Todos los que conocieron a Elvis Presley en los inicios de su carrera coinciden en que era un chico sencillo y modesto, pero absolutamente preocupado por su aspecto. Con sus primeros dólares se compraba trajes en Lansky’s, una pequeña tienda de Memphis donde el dueño le traía modelos en tonos rosas y blancos sólo para él. Con el paso de los años, su gusto se fue haciendo cada vez más barroco: le apasionaban las joyas, los trajes de cuero ajustados, grandes cinturones… Y, cuando ya estaba en el estrellato contrató al sastre de Frank Sinatra, que fue el artífice de sus trajes con capas, que imitaban al Capitán Trueno. Su tupé, perfectamente esculpido, fue sin duda una de sus principales señas de identidad. “Me fascinaba mirar cómo se peinaba por la mañana”, recordaba su amigo, el músico Jimmie Rodgers Snow. “Usaba tres aceites diferentes para el pelo. En la parte delantera, una cera muy fuerte para el tupé, un tipo de aceite para la parte de arriba y vaselina atrás. Decía que era la única forma de que el pelo cayera perfecto mientras actuaba”.
En casa como en ningún sitio
Cuando comenzó a ganar dinero, su única pretensión era comprar una casa para sus padres. Y eso es lo que hizo en 1957, cuando adquirió la casa más famosa del mundo: Graceland. Con 18 habitaciones y un espectacular jardín, el cantante buscaba sobre todo que su madre se sintiera cómoda y feliz, por lo que mandó construir un gallinero donde Gladys daba de comer a sus animales. La mansión, decorada por George Golden, es un batiburrillo de estilos recargados, que van desde la psicodelia de la “habitación de la televisión” al aspecto selvático de la “estancia salvaje”.La casa siempre ha producido una atracción irrefrenable sobre sus fans, y cuando todavía Elvis vivía en ella ya peregrinaban hasta sus puertas. Es el caso de Bruce Springsteen que trató de saltar la valla de la mansión en 1976 –aunque fue detenido– o Jerry Lee Lewis, que pistola en mano, se plantó en la puerta de Graceland en noviembre de 1976, afirmando que quería matar al Rey. Aunque era su hogar principal, Elvis tenía otras casas, como la de Bel Air, donde sus invitados más celebres fueron los Beatles, que acudieron a la casa en 1965. Cuando los de Liverpool entraron en ella, se encontraron con Elvis tirado en un sofá, tocando el bajo y contemplando la televisión sin sonido. “Sé que Paul, Ringo y George estaban tan nerviosos como yo”, recordaría después John Lennon. “Éste era el chico al que habíamos mitificado durante años. (…) Sin embargo, Elvis hizo lo posible para que nos sintiéramos como en casa”. Todos se relajaron con una sesión conjunta entre los Fab four y el de Tupelo.
Las aficiones de Elvis
Además de su pasión por las armas, el cantante desarrolló un sorprendente afán por las placas de policía auténticas; de hecho, esta afición le llevó hasta la propia Casa Blanca. El 21 de diciembre de 1970 se producía en el Despacho Oval una reunión buñueliana. Richard Nixon decidió recibir a Elvis, después de que éste se plantara en las puertas de la Casa Blanca con una carta en la que le pedía al Presidente una entrevista y le enviaba como regalo una Colt 45 con siete balas de plata. Preocupado por la decadencia de una juventud enganchada a las drogas, el cantante solicitó al Presidente una placa de agente federal de lucha antidroga. Nixon, herido de muerte por la desastrosa guerra de Vietnam, pensó que una foto con Elvis podía otorgarle publicidad entre los jóvenes. Así, el cantante logró su placa oficial y Nixon la instantánea deseada.Ana Ormaechea
16/08/2010
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