miércoles, 15 de diciembre de 2010

TESTAMENTO DE MIÉRCOLES de Mario Benedetti

Aclaro que éste no es un testamento
de esos que se usan como colofón de vida,
es un testamento mucho más sencillo             
tan solo para el fin de la jornada.

O sea que lego para mañana jueves
las preocupaciones que me legara el martes             
levemente alteradas por dos digestiones,
las usuales noticias del cono sur,
y la nube de mosquitos casi vampiros.
            
Lego mis catorce estornudos del mediodía,
una carta a mi mujer en la que falta la posdata,
el final de una novela que a duras penas leo,
las siete sonrisas de cinco muchachas,
ya que hubo una que me brindó tres,
y el ceño fruncido de un señor
que no conozco ni aspiro a conocer.
            
Lego un colorido ajedrez moscovita,
una computadora japonesa sin pilas
y la buena radio en que está sonando
el español grisáceo de la bibicí.  
Ah, la olivetti y el cepillo de dientes
no los lego porsiaca.

Lego tropos y metáforas de uso privado             
que modestamente acuñe en la tarde,
por ejemplo, el astillero en que reparo mis sueños,
el pájaro aleatorio que surge del crepúsculo,
la cortina de lluvia que miro y no descorro.

Lego un remordimiento porque es aleccionante
y un poco de tristeza por que es inevitable,
también mi soledad con la ilusión
de que el jueves resuelva no admitirla
y me sancione con presencias varias.
            
Lego los crujidos de mis viejas bisagras,
también una tajada de mi sombra,
no toda por que un hombre sin su sombra
no merece el respeto de la gente.
            
Lego el pescuezo recién lavado
como para un jueves de guillotina,
una maceta con hierbabuena
y otra con un bionato que me hastía             
ya que esta cargante convolvulácea
me está invadiendo el cuarto con sus hojas.

Lego los suburbios de una idea,
un tríptico de espejos que me agrade,            
el mar allá al alcance de la mano,
mis cóleras por orden alfabético
y un breve y curioso estado de ánimo             
que todavía no se si es inocencia,
o estupidez malsana,
o alegría.
            
Sólo ahora lo advierto
en paredes y anaqueles y venas,
en glándulas y techos y optimismos,
me quedan tantas cosas por legar             
que mejor las incluyo
en otro testamento
digamos el del viernes.

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